viernes, 5 de diciembre de 2014

OBESIDAD Y SÍNDROME METABOLICO: EVOLUCIÓN BIOQUÍMICA NUTRICIONAL. DEL MUNDO DEL ARDIPITHECUS RAMIDUS AL HOMO SAPIENS.

Oscar Leonel Moncada D.
Postgrado de Educación Física. Universidad de los Andes. Venezuela.
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RESUMEN 
La evolución desde un homínido cuadrúpedo vegetariano de vida arbórea y con un cerebro muy pequeño, a un bípedo de vida terrestre omnívoro, pero de tendencias carnívoras, y con un cerebro de mayor tamaño y de funciones más complejas produjo, en alguna forma, una modificación de sus hábitos de alimentación, particularmente en la ingesta de ácidos grasos omega-3 de cadena larga. La transición desde una alimentación vegetariana a una alimentación omnívora-carnívora, obligó a los homínidos a modificar la fisiología y la bioquímica de su nutrición. Fue necesario desarrollar insulino resistencia en algunos tejidos, como el músculo esquelético, y desarrollar un cierto grado de leptino resistencia para optimizar el uso de la glucosa en aquellos tejidos estrictamente dependientes de este nutriente. Estos cambios se traducen en lo que ahora se denomina el genotipo del «gen ahorrador», que finalmente se expresa en un fenotipo que propicia la acumulación de grasa en respuesta a una mayor necesidad de reserva de energía, la que ahora no es necesaria, lo cual redunda en un aumento vertiginoso de la obesidad en la población. Este trabajo revisa la evolución de la nutrición en diferentes etapas del desarrollo del género Homo, con énfasis en la importante función de los ácidos grasos omega-3 de cadena larga en el desarrollo cerebral. También se analiza como las modificaciones en la nutrición durante la evolución nos han conducido al aumento de la obesidad que se observa actualmente en la población.
Palabras claves: Ácidos grasos omega-3, desarrollo cerebral, evolución humana, nutrición y evolución, síndrome metabólico, obesidad.

Introducción:
¿Somos lo que comemos? Es una pregunta que nutricionistas, médicos, y profesionales de la salud y de las Ciencias Aplicadas a la Actividad Física, La Educación Física  y al deporte, siempre nos hemos hecho con rigurosa observación y análisis científico. Y hoy más que una pregunta es una premisa que sostenemos como una verdad insoslayable que nos desnuda el complejo problema que presenta la obesidad en este siglo que recién comienza.
Somos producto de una cultura que privilegia el consumo incontrolado y sin responsabilidad, como expresión de una estrategia basada en la ingesta de alimentos desbalanceados y de poca calidad alimenticia, la cual nos ha llevado que las enfermedades que produce el síndrome metabólico se encuentren entre las primeras que causan más muertes en el mundo: Las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, el cáncer y las cerebrovasculares, tales como las apoplejías  cerebrales, los derrames y los infartos vasculares.
Y porque somos lo que comemos. Porque nuestro organismo de alguna manera, refleja la composición de nuestra dieta, al menos en el largo plazo.
Desde este punto de vista, los ácidos grasos son quizás los mejores nutrientes que reflejan junto a los microminerales, el contenido de la dieta en la composición de nuestro organismo. Ahora bien, ¿actualmente comemos lo que deberíamos comer? Al parecer no es así. Este breve ensayo se orienta a esbozar una realidad que está allí, porque la obesidad sigue en aumento y los niveles de desnutrición y mala alimentación es una característica que determina el aumento de complicaciones y enfermedades.  
Nuestra línea de investigación se centra en la evolución que ha sufrido la composición corporal en el ser humano para llegar a lo que hoy padecemos como un epidemia que se extiende y que si no se detiene será una pandemia en el corto plazo: la Obesidad y su efecto inmediato el Síndrome Metabólico.  
Por ello el propósito de este breve trabajo es en primer término en una síntesis rigurosa exponer cómo ha evolucionado la nutrición desde el punto de vista bioquímico desde nuestros lejanos antepasados hasta hoy en día. Luego cerraremos con una exposición de algunas datos que nuestra línea de investigación sobre el síndrome metabólico y la obesidad nos han brindado para una análisis breve nos aproxime a unas primeras conclusiones desde la bioquímica nutricional como una de las fuentes y herramientas que nos brindan soluciones prácticas para atender el problema del sobrepeso y obesidad como promotores de enfermedades mortales en los seres humanos.  Porque en definitiva: ¡somos lo que comemos!
La evolución de la Bioquímica Nutricional y la composición corporal.
La bioquímica nutricional ha tenido una influencia determinante en l composición de nuestro organismo, principalmente el rol que han tenido los ácidos grasos  omega – 3 de origen marino. Nuestra genética, al parecer sigue siendo un patrimonio de información similar al que tenían nuestros antepasados de la edad de piedra. (1). Las mutaciones con efecto positivo, desde el punto de vista evolutivo, ocurren aproximadamente cada cien mil años, por lo cual según el registros fósil que tenemos de los primeros homínidos, no deberíamos registrar más de 20 o 30 mutaciones con efecto positivo en nuestra nutrición. Por el contrario, se han producido mutaciones con efectos negativos, y que han afectado nuestra capacidad de adaptarnos al medio ambiente y/o nutrición. Un ejemplo es la perdida de la capacidad para biosintetizar el ácido ascórbico a partir de la glucosa por deficiencia de la enzima l – gluconolactona oxidasa, capacidad que si tienen otros mamíferos, pero no los primates, incluidos los humanos (2), lo cual nos deja sensibles a su carencia nutricional, tal como lo expresa el Prof. Alfonso Valenzuela B., Laboratorio de Lípidos y Antioxidantes. Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA), Universidad de Chile:
“en el pasado se reflejó en una gran incidencia de escorbuto en numerosas poblaciones. ¿Genética de la edad de piedra y nutrición de la era espacial?, al parecer así es. Nuestro patrimonio genético no ha variado o ha variado muy poco, pero la nutrición actual es notablemente diferente a la de nuestros ancestros. La figura 1 muestra el cuadro evolutivo de los primates, en el cual se han elegido cuatro estadios del desarrollo evolutivo del hombre, y sobre quienes discutiremos acerca de su nutrición y desarrollo”.
Este trabajo del profesor Valenzuela, es muy esclarecedor de como la genética junto al proceso bioquímico de la nutrición han configurado los somato tipos en la cadena evolutiva de los seres humanos desde nuestros antepasados, y demuestra, que los padecimientos que el hombre moderno de hoy sufre, están más vinculados a la bioquímica nutricional de adaptación que al determinismo genético.
**Desde el Ardipithecus ramidus AL Homo sapiens
El mundo del Ardipithecus ramidus.
Hace unos veinte millones de años, hacia los finales del mioceno, las condiciones climáticas en la Tierra eran paradisíacas. Los casquetes polares eran de mucho menor dimensión que los actuales, el nivel del mar era más elevado, y su temperatura también era mayor, quizás semejante a la que presenta actualmente en las regiones tropicales. Las regiones de ambos lados del ecuador presentaban grandes selvas de vegetación exuberante que rodeaban el mundo de un cinturón verde muy ancho, y que debería haber sido visible aún a gran distancia de nuestro planeta (4). La fauna y la flora eran de una gran diversidad, hacía millones de años que habían desaparecido los dinosaurios, y la fauna terrestre estaba constituida por una inmensidad de insectos, arácnidos, reptiles y mamíferos, entre ellos simios de diferente tamaño. A comienzos del Pleistoceno, esto es, después de finalizado el mioceno, hace aproximadamente cinco millones de años, en los bosques de lo que ahora es Kenia, Etiopía y Nigeria, habitaba un mono hominoídeo muy bien adaptado a las condiciones climáticas de su hábitat: el Ardipithecus ramidus (ramidus significa raíz en el lenguaje local) (5). Era un mamífero de vida arbórea de aproximadamente 1,20 mts de altura, cuadrúpedo, y esencialmente vegetariano. Su cerebro era pequeño, no mayor de 400cc de volumen, muy similar al de un chimpancé actual. Debido a que su alimentación era esencialmente herbívora, su estructura dental, la más elemental entre los homínidos, estaba adaptada para la ingestión de vegetales, esto es incisivos espatulados especiales para cortar y muelas planas para moler y triturar raíces, tallos, frutos, etc. Sus caninos estaban muy poco desarrollados, a diferencia de los carnívoros de aquella época que poseían (y aún poseen) caninos muy desarrollados, y muelas afiladas para desgarrar trozos de carne y romper huesos. Una característica que vale la pena mencionar, es que sus dientes de leche ya eran similares a los de un chimpancé actual (6). La mandíbula del Ardipithecus estaba muy mal adaptada para la alimentación carnívora, era esencialmente un vegetariano (7).
La dieta del Ardipithecus estaba constituida por frutos, hojas, tallos, semilla, raíces, etc., y probablemente de vez en cuando consumía pequeños insectos, arácnidos, pequeños reptiles y huevos de estos. Su vida era arbórea y el alimento lo obtenía con mucha facilidad, le bastaba estirar un brazo, o dar un
salto hacia una rama, para encontrarlo. De esta forma, su alimentación era casi continua y esencialmente rica en carbohidratos, por lo cual fisiológicamente necesitaba en forma casi constante de secreción de insulina, aunque sin alcanzar niveles muy altos, ya los carbohidratos complejos que mayoritariamente consumía el Ardipithecus, no le producían variaciones bruscas de la glicemia. Deducimos, entonces, que la sensibilidad a la insulina de sus tejidos debería haber sido alta, característica que aún conservan los mamíferos herbívoros, y la mayoría de los primates, aunque no ocurre en nuestro caso como discutiremos más adelante. El Ardipithecus tenía, con seguridad, una vida muy sedentaria ya que no le costaba esfuerzo físico el obtener su alimento. Por esta razón, su tejido adiposo debería haber sido escaso y esencialmente de distribución subcutánea. No necesitaba gran cantidad de tejido adiposo como reserva energética ya que sus períodos de ayuno eran casi inexistentes, y dado la abundancia de vegetales en su hábitat, no había hambrunas. Acumular energía en forma de grasas no le aportaba ninguna ventaja evolutiva. Casi con seguridad, no había Ardipithecus obesos.
Nuestro antepasado tenía un cerebro muy pequeño, probablemente porque este importante órgano es esencialmente un tejido lipídico, y los lípidos no eran abundantes en su nutrición. Sin embargo, hay un aspecto que es muy importante. El tejido cerebral no es rico en cualquier tipo de lípidos, predominan en él los ácidos grasos poliinsaturados omega-6 y omega-3 de cadena larga, destacando el ácido araquidónico (C20:4, omega-6, AA) y el ácido docosahexaenoico (C22:6, omega-3, DHA). Estos ácidos grasos se forman a partir de precursores, como el ácido linoleico para al AA y el ácido alfa linolénico para el DHA (8). El ácido linoleico y el ácido alfa linolénico son abundantes en las plantas oleaginosas, dicotiledóneas arbustivas, esto es de pequeño tamaño al igual que las gramíneas; el AA es abundante en los tejidos de origen animal; y el DHA solo en los vegetales y animales de origen marino, por lo cual debemos suponer que nuestro pariente lejano tenía un escaso acceso al ácido linoleico y alfa linolénico, un mucho menor acceso al AA, y prácticamente un nulo acceso al DHA. Como resultado de esto, el desarrollo de su cerebro fue muy lento, con lo cual también lo fueron sus habilidades de aprendizaje, de memorización, y lo que es más importante, el desarrollo de su inteligencia (9).
Aparece el Australopithecus afarensis, nace el «genotipo ahorrador»
Un millón y medio de años después el entorno paradisíaco en el cual vivía el Ardipithecus ramidus, en el este de África, ya había comenzado a cambiar. Comenzaron períodos de sequía muy prolongados, con lo cual las frondosas selvas fueron invadidas por desiertos en continuo avance. La vida se hizo más difícil a nuestro pariente lejano, los alimentos no eran tan abundantes en estas condiciones, por lo que virtualmente se vio obligado a «bajar del árbol». Su andar cuadrúpedo no estaba adaptado para recorrer grandes distancias en busca del alimento, por lo que comenzó en él una modificación anatómica trascendental, se irguió y comenzó a trasladarse, en un comienzo torpemente, en dos pies. Comenzó así la bipedestación, naciendo evolutivamente el Australopithecus afarensis, un homínido bípedo, de largos brazos, que aún practicaba la braquiación en las ramas de los árboles. Existe un esqueleto casi completo de un ejemplar hembra de Australopithecus, se trata de «Lucy» (bautizada así por la canción de los Beatles «Lucy in the sky with diamonds» que el equipo investigador escuchaba cuando realizó su descubrimiento), encontrada en 1974 en la localidad de Afar (de ahí de ahí afarensis), a 150 kms de Addis-Abeba, en la actual Etiopía, por los investigadores Donald Johanson y Tom Gray, pertenecientes al equipo de los famosos los antropólogos y esposos Louis y Mary Leakey, y que tiene una data de tres millones de años. La vida para Lucy, cuya edad se estima en veinte años y su altura de 1,10 a 1,20 mts, a diferencia del Ardipithecus no era fácil. Los ejemplares machos y hembras del Australopithecus debían caminar largas distancias y bajo un sol abrasador en busca del alimento escaso, lo cual implicaba un gran gasto energético. La dentadura de los Australopithecus nos indica que seguían siendo esencialmente vegetarianos, con una dieta pobre en proteínas. Su consumo de legumbres y cereales debe haber sido muy bajo, ya que estos nutrientes son de difícil digestión crudos, y además contienen factores anti nutricionales, que solo desaparecen después de la cocción, y fitatos que disminuyen la absorción de microminerales. Su alimentación era intermitente y de escaso valor nutricional. Lucy, a diferencia de sus antepasados, pasaba hambre, un drama que aún persiste entre los homínidos. Su dieta seguía siendo rica en carbohidratos complejos, aunque también comenzó a digerir pequeños animales. De esta forma, cuando encontraba alimento, comía hasta saciarse, preparándose así para los períodos de hambruna, los que deben haber sido muy frecuentes y prolongados. El Australopithecus requirió, entonces, contar con una reserva energética para enfrentar los períodos de «vacas flacas». Para esta reserva, que mejor que los lípidos, los que se pueden acumular prácticamente en forma anhidra, en gran cantidad en relación al peso del individuo, y cuyo aporte energético es dos veces el de los carbohidratos y las proteínas.
Los períodos de adaptación a la hiperfagia y a la hambruna, requirieron de modificaciones bioquímicas en la regulación del metabolismo intermediario de Lucy. La alta sensibilidad a la insulina de los tejidos insulino dependientes del Ardipithecus ramidus (principalmente el adiposo y muscular), comenzó a modificarse en el Australophitecus. Después de una gran «comilona» había que reservar energía para la hambruna. Para esto era necesario dirigir la glucosa, el principal nutriente, mayoritariamente al tejido adiposo para convertirla en triglicéridos de depósito. El músculo esquelético, acostumbrado al trabajo corto y de poco esfuerzo en el Ardipithecus fue obligado a realizar mucho más trabajo, grandes caminatas, huida de depredadores, perseguir la «comida», etc., por lo cual se adaptó a utilizar preferentemente ácidos grasos como combustible metabólico en vez de glucosa, tan necesaria para aquellos tejidos que son estrictamente dependientes de la glucosa como el cerebro y los eritrocitos. De esta forma, aumentó la sensibilidad a la insulina del tejido adiposo, para acumular triglicéridos, y disminuyó la sensibilidad a la insulina del tejido muscular, para ahorrar glucosa (10). Se iniciaba el «genotipo ahorrador», caracterizado por una sensibilidad diferencial a la insulina por parte del tejido adiposo y muscular (11).
Otro proceso bioquímico que debe haber iniciado su presencia en el Australopithecus, es un cierto grado de leptino resistencia. La leptina (del griego lepthos, delgado), hormona secretada principalmente por el tejido adiposo, inhibe el «centro del hambre» en el cerebro, indicando la condición de saciedad (12). Cuando Lucy encontraba alimento debía comer hasta saciarse, o más aún si era posible, por lo cual, para que esto ocurriera, era necesario crear cierta condición de leptino resistencia por parte de centro del hambre ubicado en el hipotálamo cerebral. De esta manera Lucy tenía la posibilidad de acumular más reservas energéticas en el tejido adiposo. ¿Dónde acumular la grasa? Si bien fue posible que aumentara la grasa subcutánea, esta tiene una limitación, ya que afectaría la transferencia de calor, por lo cual fue necesario «ubicar» el exceso de grasa en otra distribución anatómica. Esta no debería afectar los requerimientos anatómicos derivados de la bipedestación. Por ejemplo, no podría acumularse en una joroba como en los dromedarios, o en el cuello o la cabeza como en algunos mamíferos marinos. La mejor distribución parece haber sido alrededor de los órganos digestivos, en la cintura, y en la región glúteo femoral. Ambos sexos optaron evolutivamente por una distribución diferente. Las hembras desarrollaron una distribución principalmente glúteo femoral, en cambio los hombres derivaron mayoritariamente hacia un depósito en la cintura y en la barriga. De esta forma, con el Astralopithecus afarensis habría nacido la sensibilidad diferencial a la insulina, una tendencia a la leptino resistencia, y el inicio de la obesidad ginoide y androide. Estamos en la antesala del «mono obeso» (13).
El cerebro de Lucy era solo algo mayor que el del Ardipithecus ramidus, alcanzando los 450 cc. Sin embargo, suponemos que había aumentado su consumo de oleaginosas ricas en ácidos grasos omega-6, con lo cual aseguraba un adecuado aporte de ácido linoleico para la formación de AA para el cerebro. El aporte de ácido alfa linolénico no debería haber sido limitante, por lo cual tampoco debería haber sido baja la biosíntesis de DHA, aunque no tenemos antecedentes del consumo de vegetales y de animales marinos que le aportaran DHA en forma directa (14). Sin embargo, ya tenía la capacidad para utilizar sus manos para el uso de «herramientas», tales como piedras y/o troncos, lo que le permitió el acceso a una modificación de su alimentación trascendental para el desarrollo de su cerebro y de sus capacidades de aprendizaje e inteligencia.
El Homo ergaster, un vagabundo y carroñero que consolidó al «mono obeso»
Un millón y medio de años después de la aparición de Lucy, o un millón y medio de años antes de nuestra era, ya se había iniciado el Pleistoceno, etapa evolutiva caracterizada por una notable disminución de la temperatura terrestre, por el retroceso de los mares, y por el aumento del hielo en los casquetes polares. La vida era mucho más difícil en la Tierra. En este ambiente inhóspito se desarrolló el primer individuo del género Homo, no sabemos si fue un descendiente directo del Australopithecus afarencis o de otra línea evolutiva de la cual no tenemos registro fósil. El llamado «niño de Turkana» es un ejemplar casi completo del primer Homo. Un niño de entre nueve y doce años de edad que había muerto hace 1,54 millones de años, y que fue hallado en 1984 por el Dr. Richard Leakey (hijo de Louis y Mary Leakey) en los alrededores del lago Turkana, en la actual Kenia. Se trata del Homo ergaster, (que significa «hombre trabajador»), un homínido muy semejante a nuestra apariencia actual, que podía medir hasta 1,80 mts y con un volumen cerebral de 1000 cc, un 60% de nuestro volumen cerebral. Al Homo ergaster, quien podría haber sido el primer Homo erectus (15), le tocó vivir en condiciones mucho más duras aún que sus antecesores. Evolutivamente debió definir un cambio trascendental: o consolidarse como un herbívoro o convertirse en un omnívoro-carnívoro «a la fuerza» (16). ¿Por qué así? Los herbívoros tienen un sistema digestivo mucho más complejo y más grande que los carnívoros, ya que su proceso digestivo es más prolongado. Esto los obliga a tener un cuerpo de mayor tamaño, pesado, y de movimiento lento. Por el contrario, los carnívoros tienen un sistema digestivo más corto, ya que el proceso de digestión de sus alimentos, principalmente carne y grasa, es mucho más rápido que en los herbívoros, con lo cual pueden ser de menor tamaño, más ágiles y rápidos, condición esencial para alcanzar sus presas. El Australopithecus afarensis, desarrolló un sistema digestivo más similar al de los carnívoros, sin serlo, que al de los herbívoros, con lo cual, el Homo ergaster, aunque no tengamos certeza que sea su descendiente directo, tenía la misma estructura en su sistema digestivo. Su estructura anatómica lo obligó a seguir el camino de los omnívoros-carnívoros, abandonando para siempre la opción de ser un herbívoro.
El Homo ergaster recorría las tundras, pantanos, y las pocas praderas existentes en aquél período, en busca del alimento, probablemente en grupos, ya que así era más fácil conseguir el tan necesario alimento. Quizás, fue de esta forma como comenzó la sociabilización del género Homo. El Homo ergaster inició el mito, en términos elegantes, del «cazador-recolector», ya que en realidad era esencialmente un vagabundo carroñero. Su esporádica alimentación dependía de la caza y de la recolección de semillas, frutos, tallos, etc. Imaginamos que los machos se dedicaban a la caza y las hembras a la recolección. Sin embargo, para la caza debían competir con cazadores «de verdad», animales rápidos, provistos de garras, de dientes, y mandíbulas adaptadas para capturar, matar, y destrozar a la víctima. Poco de esto podía hacer el Homo ergaster, por lo cual tuvo que desarrollar otras habilidades. Se alimentaba de la carroña que dejaban otros animales (y aves) carnívoros, pero con una ventaja trascendental desde el punto de vista evolutivo. Con sus manos, semejantes a las nuestras, comenzó a utilizar, y probablemente a elaborar, utensilios para raspar y destrozar huesos. Por ejemplo, pudo alcanzar la médula ósea de los grandes huesos, y lo que es más importante, pudo destrozar el cráneo de la víctima teniendo acceso al tejido cerebral. No se descarta que ejerciera con frecuencia el canibalismo. De esta forma, el Homo ergaster tuvo acceso a lípidos de alto valor nutricional, y lo que es más importante, con un alto contenido de ácidos grasos omega-6 y omega-3, tales como el AA y el DHA. Por añadidura, no solo cazaba y carroñeaba animales terrestres, también comenzó a alimentarse de productos de origen marino, con lo cual también tuvo un acceso directo al DHA, ácido graso fundamental para el desarrollo y la función del cerebro y del órgano visual (17, 18).
Y….. Apareció el Homo Sapiens Sapiens.
Hemos considerado importante traer esta parte de la investigación del autor para acercarnos a la realidad de hoy. Actualmente se considera que todos los seres humanos provenimos del Homo ergaster. Esto ha sido demostrado por análisis de DNA mitocondrial. En el proceso evolutivo lentamente se fueron consolidando diferencias fenotípicas en estos emigrantes, como el hombre de Pekín en Asia, el Hombre de Java en Oceanía, el Homo helderbengensis en Europa, y el famoso Homo neanderthalensis encontrado en 1856 por obreros en una cantera del valle de Neander, a orillas del río Düssel, Alemania. No existen descendientes vivos de estos emigrantes, al parecer desaparecieron en el tiempo. Sin embargo, algunos descendientes del Homo ergaster permanecieron en África, desarrollándose en forma independiente. Su cerebro aumentó en tamaño y complejidad, originando la única especie humana que hoy día puebla la tierra, el Homo sapiens sapiens (21). A pesar de nuestras diferencias físicas, que son solo adaptaciones al medio ambiente, todos los humanos descendemos de un grupo pequeño de antepasados que vivieron en África hace unos cuatrocientos mil años, probablemente en la gran depresión geológica conocida como Valle de Rift. De este grupo de emigrantes destaca el Hombre de Cromañón, un individuo que fue capaz de resistir las glaciaciones posteriores al Pleistoceno, y que duraron hasta hace solo quince mil años atrás. El fósil de este homínido fue encontrado por obreros ferroviarios en un barranco llamado Cromañón, cerca de Les Eyzies, Francia.
El Hombre de Cromañón, era un individuo alto, de aproximadamente 1,80-1,90 mts, poco macizo, de huesos largos y poca musculatura, muy ágil, y un experto cazador, conocedor del fuego y más tarde artífice del hacha, el arco, y la flecha. Su dieta, mayoritariamente carnívora, era hiperproteica, muy similar a la de los Inuits (esquimales) actuales, quienes ingieren el 50% de sus requerimientos energéticos en la forma de proteínas. El único mecanismo fisiológico que permite sobrevivir a una dieta hiperproteica es la insulino resistencia, ya consolidada en estos Homos. La insulino resistencia conlleva un hiperinsulinismo, el que a su vez estimula la actividad biosintética del tejido adiposo, la que se expresa en una acumulación de triglicéridos en los adipocitos.
El Homo Sapiens Sapiens, aprendió a cultivar su propia comida. Se convirtió en hombre agrícola y a domesticar animales para su propio consumo. Es la etapa agrícola iniciada hace cincuenta mil años atrás. Lo resaltante de ello es que en ese periodo hacia acá no han ocurrido grandes cambios en sus hábitos alimentarios, aunque el consumo de cereales nuevamente al mundo vegetal, transformando el carácter netamente carnívoro a uno más omnívoro – carnívoro mal adaptado.  Por ejemplo, el arroz fue inicialmente domesticado en Asia, India y China, hace aproximadamente 7000 años, y el maíz inicio su cultivo en México y América Central hace unos 8000 años. A pesar de estos cambios nutricionales del Homo Sapiens, su genética ya estaba determinada se había consolidado la insulino resistencia y probablemente una leptino resistencia. El tejido adiposo, antes un reservorio de energía para las etapas de hambruna, se convirtió en un reservorio de los excedentes energéticos, sin que ocurriesen en forma constante períodos de hambruna. Ya estamos casi frente al mono obeso actual. La revolución industrial, iniciada durante la segunda mitad del siglo pasado, consolidó una mayor disponibilidad de alimentos. El hombre aprendió no solo a cultivar y producir sus alimentos, también aprendió a procesarlos, a conservarlos, y a mejorarlos desde el punto de vista nutricional y energético.
Efecto metabólico de la insulino-resistencia diferencial. Síndrome Metabólico y obesidad.
1.- La glucosa estimula la secreción de insulina en el páncreas (2). 3.- La insulina pancreática favorece la disponibilidad de glucosa en el tejido adiposo y el depósito de lípidos. 4.- La insulina resistencia muscular disminuye el uso de glucosa. 5.- Se produce una alta disponibilidad de glucosa para el cerebro. 6.-El tejido muscular metaboliza preferentemente ácidos grasos provenientes del tejido adiposo.
En la actualidad, un segmento importante de la población del mundo tiene amplia disponibilidad de alimentos de todo tipo, dispone de recursos para poder adquirirlos, los encuentra todos en los supermercados, ya no sale a «cazarlos» o a «recolectarlos», no corre para obtenerlos, ya que utiliza su automóvil, o los compra por Internet y los recibe en su propio domicilio. Este Homo sapiens sapiens, que es sin lugar a dudas inteligente, heredó de sus antepasados una insulino resistencia y una leptino resistencia que ahora no necesita, el «gen ahorrador» sigue expresándose sin que se requiera de su acción. El resultado, todos lo conocemos. La epidemia de obesidad que invade los países desarrollados y ahora a los del tercer mundo, es una realidad. El síndrome metabólico afecta por lo menos al 40% de la población occidental en dos o más de sus manifestaciones (23). Es el Homo sapiens sapiens actual. ¿Deberíamos llamarlo Homo sapiens obesus?, producto de que su bioquímica nutricional viene determinada ya no por la necesidad sino por una cultura que establece un mal comer y exceso de comidas para algunos y poca comida para otros. Hay un desbalance en la ingesta nutricional que no se adecua a los requerimientos actuales. Pareciese que el chips instalado en nuestra memoria antropológica está determinando la epidemia actual. Solución: una Bioquímica Nutricional más balanceada con actividad física para el manejo de la Obesidad y el Síndrome Metabólico y prevenir las enfermedades que producen.

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**: Esta exposición la hemos estructurado desde la lectura e investigación al trabajo del Profesor Alfonso Valenzuela, el cual está contenido en su ensayo publicado en la Revista de Nutrición de Chile el 20 de noviembre de 2007 bajo el título de: Evolución Bioquímica de la Nutrición: DEL MONO DESNUDO AL MONO OBESO.  





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viernes, 18 de octubre de 2013

Influencia epigenómica de la actividad/inactividad física en el origen de la Diabetes mellitus tipo 2.

Influencia epigenómica de la actividad/inactividad física en el origen de la Diabetes mellitus tipo 2.
Epigenomic influence of the physical activity/inactivity in the origin of type 2 diabetes.

José Luis Márquez Andrade
Departamento de Kinesiología, Universidad Católica del Maule, Chile

Luis Antonio Salazar Navarrete
Laboratorio de Biología Molecular y Farmacogenética,
Departamento de Ciencias Básicas, Facultad de Medicina, Universidad de La Frontera, Temuco, Chile
http://www.cafyd.com/REVISTA/ojs/index.php/ricyde

Contrariamente al modelo centrado en las mutaciones, el cual asume que alteraciones en la función son consecuencia de mutaciones somáticas o heredadas en la secuencia del DNA, el modelo epigenético implica una carencia de regulación de uno o más genes. Un componente crítico del epigenoma son los patrones de distribución de las citosinas metiladas en secuencias de dinucleótidos CpG. Tal metilación marca los genes para su inactivación al interferir con la unión de factores de transcripción sensibles a DNA metilado o bien al reclutar proteínas que agrupan complejos correpresores y deacetilasas de histonas en torno a la cromatina. Estas marcas epigenéticas son propagadas luego mitótica y en algunos casos meióticamente, resultando en una herencia estable de estados regulatorios. Hoy se sabe que la dieta u otros factores ambientales son un punto de control para la regulación de la expresión génica y que durante periodos críticos de desarrollo, la cromatina sería particularmente sensible a modificaciones epigenómicas. De esta manera una explicación epigenómica del origen fetal de las enfermedades crónicas del adulto parece razonable. La presente revisión explica cómo la actividad/inactividad física de la madre o de la progenie en etapas tempranas, puede predisponer a Diabetes mellitus tipo 2 en la vida adulta a través de este mecanismo.
Palabras clave: diabetes; epigenética; inactividad física.

Resumen
Correspondencia/correspondence: José Luis Márquez Andrade
Laboratorio de Biología Molecular y Farmacogenética. Departamento de Ciencias Básicas,
Facultad de Medicina, Universidad de La Frontera. Av. Francisco Salazar 01145, Casilla 54-D. Temuco, Chile E-mail: jmarquez@ufro.cl
Contrary to the model centered in the mutations, which assumes that alterations in the function are consequence of somatic or inherited mutations in the sequence of the DNA, the epigenetic model implies dysregulation of one or more genes. A critical component of epigenome is its distribution patterns of the methylated cytosines in CpG sequences. This methylation marks to genes for their inactivation interfering with the union of methylated DNA-sensible transcription factors or recruiting proteins that group corepressor complexes and histone deacetylases around of chromatin. These epigenetic marks are propagated soon mitotic and in some cases meioticaly, result in a stable inheritance of regulatory states. Today it is known that diet or other environmental
factors are a control point for the regulation of the gene expression and that during critical periods
of development, the chromatin would be particularly sensible to epigenomics modifications. This way, an epigenomicexplanation of the fetal origin of adult´s chronic diseases seems reasonable. The present review
explains how physical activity/inactivity of the mother or the lineage in early stages can ready to Diabetes
mellitus type 2 in the adult life through this mechanism.
Key words: diabetes; epigenetic; physical inactivity.

Abstract
Recibido el 7 de junio 2008; Aceptado el 15 de mayo de 2009
Márquez, J.L.; Salazar, L.A (2009). Influencia epigenómica de la actividad/inactividad física en el origen de la
Diabetes mellitus tipo 2. Revista Internacional de Ciencias del Deporte. 16(5), 1-20.
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Introducción
a Diabetes Mellitus Tipo 2 (DM2), está aumentando en el mundo de una manera
epidémica y la morbilidad y mortalidad asociada involucran un alto costo para los
sistemas de salud. Se piensa que este rápido incremento en la prevalencia se debe al
impacto de factores ambientales (p. ej. la disponibilidad de alimentos y la disminución en la
oportunidad y motivación por la actividad física), sobre individuos genéticamente
susceptibles (Sladek et al., 2007).
La Diabetes Mellitus corresponde a un grupo de enfermedades metabólicas caracterizadas
por una hiperglucemia resultante de defectos en la secreción de insulina, en su acción o en
ambos. La hiperglucemia crónica se asocia con fallo, disfunción o daño a largo plazo en
varios órganos, especialmente ojos, riñones, nervios, corazón y vasos sanguíneos.
Dentro de los factores de riesgo para padecer diabetes, la obesidad es considerado el más
importante (Barroso et al., 2003), junto con otros tales como historial previo de
anormalidades en la tolerancia a la glucosa, hiperinsulinemia, hipertensión, historial
familiar de diabetes e inactividad física (Kaur et al., 2002; American Diabetes Association,
2004; Permutt et al., 2005).
La predisposición genética, a su vez, juega un rol no menos relevante en el desarrollo de la
DM2. Estudios en gemelos monocigotos, han demostrado que la tasa de concordancia
alcanza el 90% o más (So et al., 2000) valor bastante más alto que el 37% de concordancia
observado en gemelos dicigotos (Permutt et al., 2005).
Si bien se han descubierto numerosos genes con una expresión alterada en diabetes, no
puede asegurarse, salvo en casos particulares, que alguno de ellos sea el único causante de
esta enfermedad (So et al., 2000; Sreekumar, 2002; Carulli et al., 2005). El mayor
porcentaje de los casos de DM2 no sigue ningún patrón de herencia mendeliana y sólo un
porcentaje reducido de diabetes (<5%) conocidas como MODY (Maturity Onset Diabetes
of the Young) se hereda de manera autosómica dominante (Malecki, 2005).
Determinados polimorfismos, los cuales crean variantes de aminoácidos cuando están
presentes en exones o que influencian la expresión de genes cuando están ubicados en
regiones regulatorias, han sido asociados con una mayor susceptibilidad a DM2 (McCarthy,
2002). Los alelos para estos polimorfismos están presentes tanto en sujetos sanos como en
pacientes con DM2, aunque con diferentes frecuencias. Debido a que estas variaciones de
secuencias se relacionan sólo con un limitado incremento en el riesgo de desarrollar la
enfermedad, deben ser consideradas variantes de susceptibilidad, pero no factores causales
que inequívocamente determinan la enfermedad y por tanto los hallazgos de asociación
deben ser analizados con cautela. La Tabla 1 muestra algunas variantes génicas asociadas
con DM2.
L
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Tabla 1. Algunos genes asociados con diabetes mellitus tipo 2
GEN ID Producto proteico Variante implicada Referencia
PPARγ2 Isoforma γ2 del receptor activado
por el proliferador de peroxisomas
Pro12Ala Deeb et al., 1998
KIR 6.2 Canal rectificador interno de
potasio, miembro 11 de la
subfamilia J
Glu23Lys Gloyn et al., 2003
HNF4A Factor nuclear 4 alfa del hepatocito Met416Val
Thr130Ile
Val255Met
Barroso, 2005
ABCC8 Subunidad C del casete de unión a
ATP
Ala1369Ser Barroso et al., 2003
CAPN 10 Calpaína 10 SNP43 (4852G/A)
SNP19 (7920indel32bp)
SNP63 (16378 C/T)
SNP44 (4841T/C)
Horikawa et al., 2000;
Garant et al., 2002
IRS1 Sustrato 1 del receptor de insulina Gly972Arg Jellema et al., 2003
GCGR Receptor de glucagón Gly40Ser Hager et al., 1995;
Gough et al., 1995
SLC2A2 Transportador de glucosa 2 Thr110Ile Barroso et al., 2003
PIK3R1 Subunidad regulatoria p85 alfa de
la kinasa 3 de fosfoinosítidos
Met326Ile Baier et al., 1998
PPARGC1 Coactivador 1 alfa del receptor
gama activado por el proliferador
de peroxisomas
Gly482Ser y otros Ek et al., 2001; Hara et
al., 2002
AMPKγ2 Subunidad gama 2 de la kinasa
activada por 5’ AMP
-26 C/T Xu et al., 2005
Por otra parte, estudios que han utilizado intervención en el estilo de vida de sujetos con
intolerancia a la glucosa han mostrado que la DM2 es prevenible, o al menos retardable en
su aparición (Erickson y Lindgärde, 1991; Pan et al., 1997; Tuomilehto et al., 2001;
Knowler et al., 2002; Kosaka et al., 2005; Ramachandran et al., 2006). La duración en las
intervenciones de estos estudios ha sido de tres a seis años y han enfatizado el control del
peso corporal, la actividad física y la modificación de la dieta. La reducción en el riesgo
relativo alcanzado en el grupo intervenido (versus el control) varió entre el 30 y el 67%,
como se demuestra en un metaanálisis reciente (Yamaoka y Tango, 2005). El Finnish
Diabetes Prevention Study (Tuomilehto et al., 2001) y el US Diabetes Prevention Program
(Knowler et al., 2002) mostraron una reducción de 58% en el riesgo relativo de progresar
de intolerancia a la glucosa a DM2, durante un periodo de intervención promedio de tres
años (Lindström et al., 2006).
Tomando estos datos en conjunto, podemos afirmar con meridiana certeza que las
intervenciones en los estilos de vida están íntimamente relacionados con la aparición y el
curso temporal de la DM2. Con toda seguridad la asociación de esos factores con otros
factores genéticos predisponentes interactúan para determinar un fenotipo caracterizado por
la insulinorresistencia y las alteraciones en el metabolismo de la glucosa.
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Aún así, la evidencia actual solo permite observar una asociación entre los factores
genéticos, ambientales y la DM2 y no existe una aproximación única para explicar el
verdadero origen de esta enfermedad.
El origen de la diabetes
El genotipo ahorrador: Una perspectiva evolutiva
Según Cordain et al. (1998), pocos, si es que algún cambio ha ocurrido en nuestros genes o
en la secuencia de ellos en los últimos 10.000 años y ciertamente no en los últimos 40
(Chakravarthy y Booth, 2004), ¿de qué manera entonces se explica el aumento explosivo de
la prevalencia de DM2 en el mundo?
Una potencial explicación está dada por la naturaleza de la selección de nuestro genoma.
Algunos autores han propuesto que el 95% de la biología humana y presumiblemente
algunas de nuestras conductas, fueron seleccionadas naturalmente en la era Paleolítica
tardía. Durante esta era (50.000–10.000 AC), los humanos sobrevivían como cazadoresrecolectores
utilizando rudimentarias herramientas de piedra (Chakravarthy y Booth, 2004).
Así, se estima que los hombres cazaban 1-4 días no consecutivos por semana y las mujeres
recolectaban alimentos 2-3 veces en el mismo periodo (Eaton, 2002). De esta manera su
vida era físicamente activa, alternando periodos de actividad moderada y esfuerzos
máximos con periodos de reposo, los cuales a su vez se relacionaban estrechamente con
periodos de saciedad y hambre de tal forma que el ejercicio físico y la procura de alimentos
estaban íntimamente ligados a la sobrevivencia. Así, es probable que hayan influido
conjuntamente en la selección de genes particulares que permitieran una regulación
enzimática cíclica tanto del almacenamiento como de la utilización de sustratos energéticos
(Chakravarthy y Booth, 2004).
En base a estos hechos, Neel (1962) propuso la noción de “genes ahorradores”,
argumentando que ciertos genotipos fueron seleccionados en el genoma humano dada su
ventaja selectiva sobre los “menos ahorradores” (Chakravarthy y Booth, 2004). Neel
definió el genoma “ahorrador” como “aquel excepcionalmente eficiente en la ingesta y/o
utilización de alimentos”. Junto con esta propuesta, Booth et al. extienden la teoría,
postulando que la supervivencia durante periodos de saciedad/hambre de los cazadoresrecolectores
paleolíticos, con genes ahorradores, debió necesariamente estar relacionada a
ciclos de actividad/inactividad física y por tanto la selección de genes y del genotipo
ahorrador fue sustentada por una actividad física obligatoria (Booth et al., 2000; Booth et
al., 2002).
Sin cambios en nuestro genoma en el pasado cercano, la presencia de genes ahorradores
debería estar presente en la mayoría de los hombres modernos, sin embargo, la actividad
física obligada para obtener alimentos se ha reducido drásticamente. En tal escenario,
aquellos genes que favorecerían el almacenamiento de energía no presentan la contraparte
necesaria para su utilización eficiente, generando esta vez un efecto deletéreo que podría
explicar el origen de la obesidad, las dislipidemias y la DM2, entre otras enfermedades
crónicas.
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En definitiva, una presión ambiental durante la era paleolítica tardía, habría seleccionado un
genotipo que hoy en día, en ausencia de estresores ambientales particulares, sería el
responsable del incremento en la prevalencia de DM2.
La vida moderna facilita la adquisición de alimentos con altos índices calóricos a bajo
costo, de tal manera que el exceso de energía permite el almacenamiento en forma de
triglicéridos, incrementando la masa grasa y por tanto la obesidad. La obesidad se asocia
fuertemente con la DM2, sin embargo, varios estudios han mostrado que no es una
condición necesaria ni suficiente para producir DM2. Indígenas asiáticos de las islas Fiji
tienen altas tasas de DM2, pero muy bajas tasas de obesidad (Zimmet et al., 1990).
Además, en poblaciones del Pacífico, Zimmet et al (1977; 1981) han demostrado que los
índices de DM2 son mayores a los esperados por la sola presencia de obesidad, sugiriendo
un rol clave de la actividad física en la etiología de la diabetes. Tomando esto en cuenta,
Bindon y Baker (1997) proponen que en aquellas poblaciones que han estado bajo
presiones de selección para un genotipo ahorrador, la obesidad y la DM2 concurren y una
no es causa de la otra.
Al igual que con la disponibilidad de alimentos, en los últimos cien años han ocurrido
dramáticos cambios en nuestros niveles de actividad física y las sociedades modernas son
notablemente sedentarias, con más del 80% de la población chilena en esta condición
(Jadue et al., 1999) y al menos el 70% de la población de Estados Unidos con menos de
30min/día de actividad física moderada (US Department of Health and Human Services,
1996). La realidad de España no es sustancialmente mejor y muestra índices de inactividad
física altos en relación al resto de la Unión Europea (European Opinion Research Group
EEIG, 2003). Así, a pesar de que la ingesta calórica absoluta de los humanos modernos es
probablemente más baja que la de nuestros ancestros, es muy alta en términos relativos,
debido a la disminución del gasto energético vía actividad física (Cordain et al., 1998).
Como consecuencia, aquellos alelos que favorecían la función y entregaban ventajas
selectivas en la era paleolítica hoy en día se encuentran expuestos a una vida sedentaria, a
dietas ricas en grasa y pobres en fibra, a un balance calórico positivo y a un ciclo vital
mayor, todo lo cual resulta en una desventaja que promueve un aumento en la prevalencia
de enfermedades crónicas (Chakravarthy y Booth, 2004).
El fenotipo ahorrador
La teoría del fenotipo ahorrador de Barker y sus colegas propone que varias de las
enfermedades crónicas asociadas con el envejecimiento pueden ser programadas
tempranamente en la vida (Adair y Prentice, 2004). Durante el desarrollo intrauterino
ocurre un rápido crecimiento y la replicación y diferenciación celular son aspectos
biológicos claves para la maduración funcional de los sistemas orgánicos. Todos estos
procesos son influenciados por el ambiente intrauterino.
La hipótesis del fenotipo ahorrador propone que el feto se adapta a un ambiente intrauterino
adverso maximizando la utilización del escaso aporte nutricional para asegurar la
supervivencia. Estas adaptaciones, que favorecen el desarrollo de algunos sistemas sobre
otros, pueden llevar, sin embargo, a persistentes alteraciones en el crecimiento y función de
los tejidos, si bien ellas favorecen al feto, podrían generar susceptibilidad frente a
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situaciones ambientales posteriores que incluyan un balance calórico positivo (Simmons,
2005).
Hoy en día se acepta que el ambiente temprano en el cual crece y se desarrolla un niño
puede tener efectos a largo plazo en su salud. Un estudio clásico de Ravelli et al. (1976),
mostró que la exposición del feto a la hambruna alemana de 1944-1945, durante la primera
mitad del embarazo, resultó en una significativa mayor tasa de obesidad a los 19 años.
Estudios posteriores han demostrado además una relación entre bajo peso al nacer y un
posterior desarrollo de enfermedad cardiovascular e intolerancia a la glucosa en hombres
ingleses, indicando que aquellos de bajo peso al nacer (<2,5 Kg) presentan siete veces más
probabilidad de presentar intolerancia la glucosa o DM2 que aquellos de mayor peso
(Barker, 2004). Algo similar ocurre con indios Pima, donde el bajo peso al nacer
incrementa en cerca de cuatro veces el riesgo de DM2 (Simmons, 2005). Por otra parte, en
un estudio que incluyó jóvenes México-americanos y hombres y mujeres no hispanos del
San Antonio Heart Study (Valdez et al., 1994), los individuos no diabéticos, normotensos,
cuyo peso al nacer estaba en el tercil más bajo, tenían mayores tasas de insulinorresistencia,
obesidad y enfermedad coronaria isquémica que aquellos con peso de nacimiento normal.
Otros estudios en estadounidenses, suecos (Barker, 2004) franceses (Jaquet et al., 2000),
noruegos (Egeland et al., 2000) y finlandeses (Forsen et al., 2000) han demostrado una
significativa correlación entre bajo peso al nacer y un ulterior desarrollo de enfermedades
en la adultez.
Las modificaciones del ambiente intrauterino pueden impactar en el desarrollo del feto
modificando la expresión de sus genes, tanto en células pluripotenciales como en las
diferenciadas y los efectos que se generarán en la progenie dependerán del estado de
diferenciación, proliferación o madurez funcional en que se encuentren los tejidos en
desarrollo al momento del disturbio. Modificaciones epigenéticas han sido señaladas como
responsables de la propagación del estado de actividad de los genes de una generación de
células a la siguiente, contribuyendo al desarrollo de un fenotipo anormal. El periodo
previo a la implantación del embrión es particularmente sensible a modificaciones
epigenéticas que pueden alterar de manera permanente el fenotipo del adulto (Reik et al.,
1993; Doherty et al., 2000). Por ejemplo, en el modelo de ratón agutí, la suplementación de
la dieta materna con folatos, previo a la concepción, incrementa la metilación del gen agutí
e incrementa la longevidad de la progenie (Cooney et al., 2002). Por otro lado, también es
posible que un ambiente intrauterino anormal, tardíamente en la gestación, pueda inducir
modificaciones epigenéticas de genes claves en la regulación del desarrollo de los tejidos
involucrados en la homeostasis de la glucosa (Simmons, 2005).
Tomando todo esto en conjunto podríamos decir que aquellos tejidos involucrados en la
patogénesis de la DM2 pueden, potencialmente, ser blanco de modificaciones epigenéticas
inducidas por alteraciones ambientales en la vida intrauterina y que estas modificaciones se
heredarán de manera estable en las células con capacidad de replicación, lo cual,
dependiendo del tiempo de exposición a la variable ambiental, determinará un fenotipo que
puede predisponer a enfermedades crónicas o a fenotipos intermedios. En este sentido la
dieta ha sido una variable que ha generado gran interés y mostrado asociación con
modificaciones epigenéticas.
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Otra variable asociada a enfermedades crónicas que podría modificar el ambiente
intrauterino y afectar de un modo similar la expresión de genes es la inactividad física. No
existen en nuestro conocimiento publicaciones que hayan estudiado el impacto de la
actividad física en la expresión diferencial de genes durante el desarrollo fetal o postnatal
temprano, y si ésta puede transformarse en un regulador del fenotipo del adulto a través de
modificaciones epigenéticas de genes metabólicos.
Inactividad física como causa de diabetes mellitus tipo 2
La inactividad física ha sido asociada a las principales enfermedades crónicas no
transmisibles de la vida moderna (Booth et al., 2002; Eaton y Eaton, 2003). Y aunque
existe vasta evidencia del impacto de una vida activa sobre el origen y control de
enfermedades crónicas como hipertensión, obesidad, dislipidemia y DM2 (Booth et al.,
2000), hasta ahora no existe un conocimiento cabal de los mecanismos por los cuales el
ejercicio mantiene la salud y la inactividad física precipita la aparición de enfermedades en
sujetos con o sin una predisposición genética.
Como punto de partida es necesario manifestar que la inactividad física es fisiológicamente
anormal y por tanto su contraparte, la actividad, es una condición sine qua non para
mantener un estado de vida saludable. Según Booth (2000), el estilo de vida sedentario
prevalente hoy en día, contradice directamente una de las fuerzas naturales que condicionan
la evolución de nuestros genes.
De acuerdo con Booth y Lees (2007), los organismos tienen, a nivel molecular, tres grandes
estrategias adaptativas para mejorar la supervivencia. Una estrategia para adaptarse a un
nuevo ambiente es cambiar la secuencia de DNA, lo que implica nuevos genes o
variaciones en la secuencia de los genes ya existentes y se estima que los polimorfismos
ocurren en no menos de 5.000 años (Voight et al., 2006). Una segunda respuesta adaptativa
es cambiar la expresión de genes existentes en un periodo de horas, días o semanas para
producir un cambio en los niveles de proteínas o en la actividad catalítica de éstas. Por
último, un organismo puede adaptarse a los cambios en el medioambiente a través de
modificaciones epigenéticas, las cuales corresponden a modificaciones de los nucleótidos
como por ejemplo la metilación de islas CpG, lo cual finalmente redunda en una expresión
génica alterada. Es importante reforzar la idea de que las modificaciones epigenéticas
inducen cambios en la estructura de la cromatina y no cambios en la secuencia de
nucleótidos, por lo tanto, esta respuesta adaptativa puede ocurrir en un corto periodo de
tiempo (Booth y Lees, 2007).
En definitiva, una presión ambiental (actividad/inactividad física) que selecciona
determinados genes durante la evolución (genotipo ahorrador) unida a los cambios
epigenéticos que ocurren durante la vida temprana (fenotipo ahorrador) o tardía del
individuo, condicionarán el estado de salud de éste en su vida adulta.
Ejercicionómica
El ejercicio físico ha demostrado impactar positivamente en el tratamiento de la DM2
(Kriska, 2003). Sin embargo, a pesar de los efectos beneficiosos en la mayor parte de la
población, existe una gran variación en las respuestas fisiológicas entre las personas frente
a un mismo plan de ejercicio. Esto lleva a pensar que tales diferencias interindividuales
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pueden ser atribuidas, al menos en parte, a factores genéticos. En este sentido, es
importante mostrar cómo diversas variantes de secuencia en genes relacionados con DM2
pueden influenciar la respuesta al ejercicio.
El polimorfismo Leu72Met del gen de grelina ha sido asociado con la secreción de insulina.
Mager et al. (2006) han mostrado en población finlandesa que sujetos con el genotipo
Leu72Leu tienen menor riesgo de desarrollar DM2, particularmente en aquellos que
estaban bajo un intensivo tratamiento de dieta y ejercicio. Respecto del incremento en la
susceptibilidad a DM2 impuesto por el alelo 12 Ala del gen PPARγ2, en la misma
población finlandesa, Lindi et al. (2002) han mostrado que cambios en la dieta, incremento
de la actividad física y reducción de peso pueden revertir en algún grado el impacto
diabetogénico de esta variante, probablemente debido a una mejoría en la sensibilidad a la
insulina. En este mismo sentido Adamo et al (2005), en población canadiense, mostró que
sujetos portadores del alelo 12Ala tenían una mejor respuesta en la glucemia de ayuno
después de un programa de ejercicio supervisado de tres meses, comparado con los
portadores del alelo 12Pro, reforzando la idea de que el polimorfismo Pro12Ala puede
influenciar la respuesta al ejercicio en DM2. Estos datos contrastan con lo encontrados por
Kim et al (2004) en población coreana, donde los niveles de glucosa después de una
intervención con dieta hipocalórica y ejercicio no fueron dependiente del genotipo de
PPARγ2. Por último, el polimorfismo del gen IL6 ha sido asociado con DM2 e
insulinorresistencia. McKenzie et al. (2004) reportó en un grupo de hombres y mujeres
adultas estadounidenses, sometidas a seis meses de entrenamiento aeróbico, que los efectos
del ejercicio en la tolerancia a la glucosa y la glucemia de ayuno podrían ser influenciados
por el polimorfismo G/C descrito en el nucleótido -174.
Definitivamente, el estudio de la influencia del genotipo en la respuesta al ejercicio de
pacientes diabéticos es un área pobremente estudiada y constituye un desafío en la
búsqueda de intervenciones eficaces en la prevención y tratamiento de esta epidemia. De
todas maneras, mas allá de la configuración genética, una nueva posibilidad se abre para
explicar la relación DM2 y actividad física, la cual podría explicar el aumento en la
prevalencia de la enfermedad, las diferencias interindividuales en la respuesta al ejercicio,
así como el origen fetal de la DM2 inducido por inactividad física. Tal posibilidad está
fundamentada por un origen epigenético.
Regulación de la expresión génica por alteraciones epigenéticas
La epigenética se refiere a las modificaciones en el DNA y cromatina que juegan un rol
crítico en la regulación de varias funciones genómicas. Hoy en día podría ser definida como
la herencia de la información basada en los niveles de expresión génica, más que en la
secuencia misma de los genes (Gallou-Kabani y Junien, 2005).
Aunque el genotipo de la mayoría de las células de un organismo dado es el mismo (con la
excepción de los gametos y de las células del sistema inmune), los fenotipos celulares
varían radicalmente y éstos pueden ser controlados (al menos en parte) por algún tipo de
regulación epigenética diferencial, particularmente durante la diferenciación celular, en
etapas tempranas del desarrollo. Una vez establecido el fenotipo celular, el genoma
presentará patrones de expresión génica tejido específicos generación tras generación
(Wong et al., 2005). Sin embargo, aun después de que los perfiles epigenómicos han sido
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establecidos, puede ocurrir algún grado de variación epigenética, ya sea por eventos
estocásticos o metilación de novo en el DNA o por variadas modificaciones posttraduccionales
de histonas (Khan y Krishnamurthy, 2005). De esta forma, el estado
epigenético de los genes puede variar amplia y dinámicamente cuando se compara con la
relativamente estática secuencia de DNA. La parcial estabilidad epigenética y su rol en la
regulación en la actividad del genoma, hacen de este mecanismo un atractivo modelo
molecular para explicar las variaciones fenotípicas en organismos genéticamente idénticos
(Wong et al., 2005) o a la no poco frecuente respuesta diferencial frente al mismo
tratamiento.
Aunque se sabe por más de dos décadas que variaciones en el balance epigenético están
relacionadas con enfermedades como el cáncer, la relevancia de estas alteraciones en
enfermedades crónicas como la DM2 es menos clara. A pesar de esto, existe evidencia de
que la metilación de DNA está involucrada en los patrones de expresión de genes asociados
con esta enfermedad (Maier y Olek, 2002; Wren y Garner, 2005).
Los niveles de insulina y glucosa prenatal influencian el riesgo de padecer DM2 en la vida
adulta, independientemente del tipo de diabetes materna y por tanto, independientemente de
la predisposición genética (Dabalea et al., 2000). Esto sugiere la presencia de una memoria
celular en los tejidos blancos de insulina, tales como el adipocito, la fibra muscular
esquelética o el hepatocito. Por otra parte, varios genes involucrados en el metabolismo de
la glucosa han mostrado patrones diferenciales de metilación en sus regiones promotoras,
incluido el gen de Glut4 (Yokomori et al., 1999). Junto con esto, es sabido que con la edad
pueden incrementarse los errores de metilación de DNA y existe evidencia de que estos
defectos, en diabéticos, se asocian con la progresión de la enfermedad (Poirier et al., 2001).
Tomando estos datos en conjunto, es razonable plantear que la susceptibilidad de padecer
DM2 podría, al menos en parte, deberse a modificaciones en el nivel de expresión de genes
relacionados con la respuesta a la insulina y el metabolismo de la glucosa y que futuros
estudios deben ser realizados para indagar la verdadera relevancia de las modificaciones
epigenéticas en su origen, progresión y tratamiento.
Epigenómica del ejercicio
Variaciones en las condiciones ambientales han mostrado generar cambios en los patrones
de metilación de DNA y aquellos inducidos por nutrientes llevan la delantera en materia de
investigación (Gallou-Kabani y Junien, 2005). Por su parte, la literatura relacionada con los
efectos del ejercicio es limitada, aunque recientemente se ha postulado la interacción de
AMPK y CaMK en la remodelación de cromatina, interactuando con deacetilasas de
histonas y promoviendo la expresión de genes, incluido el que codifica para la proteína
Glut4 (Forcales y Puri, 2006; McGee y Hargreaves, 2006) .
Junto con la falta de investigación en esta área, es importante además considerar que la
interpretación de los hallazgos es dificultosa. Pocos estudios aíslan el efecto del ejercicio de
los efectos inducidos por la dieta o la baja de peso sobre la DM2 y muy pocos han
relacionado incluso los polimorfismos asociados a DM2 con el ejercicio. Así, no es difícil
entender que el avance en epigenómica del ejercicio sea aún mínimo, sin embargo, de
lograr reconocer tales cambios podría ocurrir un cambio de paradigma en la búsqueda de el
o los responsables de la DM2, dando fundamental interés al nivel de expresión de genes
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relacionados con el metabolismo de la glucosa y la DM2 y no solo a las variantes de
secuencias únicas o haplotipos relacionados potencialmente con la enfermedad.
Bases moleculares de la epigénesis
El nucleosoma es la unidad básica de la cromatina y consiste en cortos fragmentos de DNA
enrollados alrededor de proteínas básicas conocidas como histonas (H2A, H2B, H3 y H4).
Cada nucleosoma está compuesto por un octámero de histonas (dos de cada una de ellas) y
el DNA que interactúa con ellas.
El DNA transcripcionalmente inactivo se caracteriza por una cromatina altamente
condensada (heterocromatina) mientras que el DNA transcripcionalmente activo lo hace
por una cromatina que adopta una forma más relajada y abierta (eucromatina). Estos
estados dinámicos de la cromatina son controlados de manera reversible por patrones
epigenéticos de metilación de DNA y por modificación postraduccionales de las histonas.
Las enzimas involucradas en este proceso incluyen entre otras, DNA metiltransferasas
(DNMTs), acetiltransferasas de histonas (HATs), deacetilasas de histonas (HDACs),
metiltransferasas de histonas (HMTs) y proteínas de unión a DNA metilado (MeCP2),
siendo la metilación en la posición C5 de secuencias citosina/guanina (CpG) en el DNA un
mecanismo epigenético de silenciamiento génico, mientras que las modificaciones posttraduccionales
del terminal amino de la cola de histonas pueden generar respuestas
diversas, pudiendo ocurrir acetilación, metilación, fosforilación y ADP-ribosilación y en el
extremo carboxilo de H2A puede ocurrir ubiquitinación. Solo una modificación puede
ocurrir en un residuo de la cola en un momento dado. La acetilación redunda en una
neutralización de la carga de la cola básica de histonas, debilitando la relación histona/DNA
o la interacción nucleosoma/nucleosoma, dando accesibilidad al locus del gen. Aunque
existe evidencia 􀃆de que la acetilación favorece la transcripción y la deacetilación causa
represión, no toda acetilación de histonas conduce a la activación de genes (Khan y
Krishnamurthy, 2005). La metilación de histonas es producida por HMTs y afecta los
grupos ε-amino de los residuos de lisina y arginina de las colas de H3 y H4. La metilación
de arginina en una histona conduce a la activación del gen, mientras que la metilación de
lisina puede reprimirlo o activarlo. En este sentido, la metilación de lisina 9 en la terminal
amino de la histona H3 es un marcador de DNA silente y está ampliamente distribuido en
regiones heterocromáticas como centrómeros, telómeros y promotores silentes. En
contraste, la metilación de lisina 4 de la histona H3 denota actividad y se encuentra
predominantemente en los promotores de genes activos. En cuanto a la fosforilación, hasta
ahora se han descrito múltiples proteínas kinasas que fosforilan residuos H3-S10 y otros
residuos de serina (S) e histidina (H) en el extremo amino terminal de la cola de las
histonas H2A-S1, H3-S28, H4-S1, H4-H18, H2B-S14 y H2B-S32 y tanto en el extremo
amino como carboxilo de la histona H1. Proteínas kinasas activadas por mitógenos
(MAPK), han demostrado al menos ser capaces de fosforilar H3. Es importante destacar
que la existencia de proteínas fosfatasas permite defosforilar dinámicamente estos sitios
(Sng et al., 2004).
La Figura 1 esquematiza los efectos de las modificaciones epigenéticas en la estructura de
la cromatina y su estado de condensación, lo cual se relaciona directamente con el nivel de
expresión de los genes que contiene.
Márquez, J.L.; Salazar, L.A (2009). Influencia epigenómica de la actividad/inactividad física en el origen de la
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Figura 1. Factores epigenéticos y remodelación de la cromatina.
Herencia epigenómica
En células somáticas humanas, la metilación de citosinas ocurre en aproximadamente un
1% del total de bases de DNA, afectando así al 70-80% de todos los dinucleótidos CpG del
genoma. Este patrón promedio, sin embargo, presenta intrigantes variaciones temporales y
espaciales. Durante una fase definida del desarrollo temprano del ratón, los niveles de
metilación declinan rápidamente hasta un 30% de los niveles somáticos típicos. La
metilación de novo restaura los niveles normales al momento de la implantación. En los
ratones y probablemente en otros mamíferos el ciclo de demetilación embriogénica
temprana seguida por metilación de novo es crítica en determinar los patrones de
metilación somática de DNA y el posterior fenotipo adulto (Bird, 2002).
Una vez el fenotipo celular es establecido, el genoma de las células somáticas se estabiliza
en un patrón tejido específico de expresión génica, generación tras generación. Esta
heredabilidad de la información epigenética en las células somáticas ha sido llamada
“sistema de herencia epigenética” (Maynard-Smith, 1990). Aún después de que este perfil
epigenómico es establecido, algunos grados de variación epigenética pueden ocurrir
durante las divisiones mitóticas de las células, aun en ausencia de un factor ambiental
específico (Wong et al., 2005).
Los cambios en los patrones de metilación durante el desarrollo temprano del embrión han
sido estudiados principalmente en genes improntados, sin embargo, estos cambios tendrían
los mismos efectos en todos los genes regulados durante en desarrollo y diferenciación
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celular. Durante estos periodos que contemplan ventanas espaciotemporales críticas,
cualquier falla puede generar trastornos irrecuperables (Gallou-Kabani y Junien, 2005).
Si bien se sabe que el efecto de la restricción dietaria y el subsecuente retardo del
crecimiento intrauterino genera posteriormente fenotipos notablemente similares a la
insulinorresistencia y DM2 (Ozanne y Hales, 2002), llama la atención la escasa
información disponible respecto de otros factores ambientales que, durante el desarrollo
fetal, puedan generar una predisposición a DM2, particularmente el efecto de la actividad
física, entendiendo la asociación ampliamente reportada, la importancia de estos factores en
la sociedad moderna y su bien documentado efecto terapéutico. En este sentido existe
evidencia de que el ejercicio físico de la madre puede inducir la sobreexpresión de genes
en el hipocampo de ratas, lo cual se traduce en un aumento del aprendizaje espacial
(Parnpiansil et al., 2003). Además, la natación de la madre rata durante el embarazo ha
mostrado incrementar significativamente la expresión de mRNA del Factor Neurotrófico
Derivado del Cerebro (BDNF), potenciar la neurogénesis hipocampal y mejorar la
capacidad de memoria a corto plazo en su progenie (Lee at al, 2006). Similares resultados
han sido descritos por Kim et al. (2007). Junto con esto, resultados de Vickers et al. (2003),
sugieren que un ambiente prenatal adverso (desnutrición materna) puede conducir al
desarrollo de conductas alimentarias y de ejercicio anormales concluyendo que la conducta
sedentaria y de sobreingesta, en sujetos con enfermedades crónicas, pueden ser
determinadas por un ambiente prenatal. Es decir, existe evidencia de que el ejercicio
materno logra influenciar las funciones de un tejido no directamente asociado con el
metabolismo energético. De la misma manera existe evidencia de que otros factores
ambientales como la dieta, pueden influenciar la conducta motora de la progenie. Así, es
razonable esperar encontrar asociaciones entre el ejercicio materno y la función de otros
órganos directamente relacionados con la mantención de la homeostasis energética, como
son el adipocito, el hepatocito o el músculo esquelético.
Por otra parte, existe evidencia, en animales, de que modificaciones epigenéticas pueden
ocurrir en una etapa postnatal, al menos en ciertos órganos. Weaver et al., (2004) ha
mostrado que la ontogenia de la metilación CpG del promotor del gen del receptor de
glucocorticoides en el hipocampo de ratas estaba relacionada con el efecto postnatal del
cuidado materno, lo cual provee una demostración de que la maduración de los procesos
epigenéticos continúa después del nacimiento y apoya la hipótesis de que tales mecanismos
son más lábiles a las influencias ambientales cuando estas ocurren en un estado de
desarrollo activo (Waterland y Jirtle, 2004; Waterland, 2006).
El periodo postnatal temprano corresponde a un periodo crítico donde las interacciones
sociales pueden afectar el desarrollo de las conductas sociales del adulto, generando
cambios en el desarrollo del cerebro, evidenciado por modificaciones conductuales,
fisiológicas y morfológicas (Cushing y Kramer, 2005). Junto con esto, Waterland et al.
(2006) demostraron en ratones híbridos (provenientes de la cruza de hembras C57BL/6J
con machos Cast/EiJ) que la dieta post destete afectaba la impronta de Igf2. Una dieta
deficiente en dadores de grupos metilo por 60 días, después del destete, causaba una
significativa pérdida de la impronta en Igf2 (normalmente se expresa sólo el alelo paterno)
en relación a los efectos de una dieta control. Esta pérdida de la impronta se asociaba a una
disminución en la expresión de Igf2 no atribuible a cambios en los patrones de metilación,
razón por la cual estos autores sugieren que la estructura de la cromatina puede jugar algún
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rol en estos efectos. Así, los efectos de la nutrición sobre el epigenoma tampoco parecen
estar limitados al desarrollo fetal sino que pueden tener influencias en etapas tempranas de
desarrollo postnatal (Dolinoy et al., 2007).
Durante el periodo postnatal el músculo esquelético está en un proceso de desarrollo activo,
debido a la evolución de la conducta motora, la cual podría modelar la respuesta adulta del
músculo esquelético, en la medida que en este órgano existan células mitóticamente activas
que puedan heredar los patrones epigenéticos adquiridos durante esta etapa, de manera tal
que sean estos mecanismos los responsables de generar mayor riesgo de DM2 en los sujetos
sedentarios (Figura 2).
Figura 2. Actividad física en etapas tempranas como modulador del riesgo de
DM2 en el individuo adulto.
Conclusiones
Contrariamente al modelo centrado en las mutaciones, el cual asume que las alteraciones en
la función o actividad de un determinado tejido están determinadas por modificaciones en
la secuencia de DNA, un modelo epigenético implica la desregulación de un gen o una serie
de genes.
Basado en los antecedentes previos es posible deducir que cualquier factor ambiental que
coexista durante periodos críticos del desarrollo del embrión o en etapas tempranas del
desarrollo postnatal, puede generar cambios epigenéticos que en la vida adulta generarán
susceptibilidad a enfermedades crónicas como la DM2. De esta manera, la falta de
actividad física en etapas tempranas de la vida determinará un patrón de expresión génica
que, durante la vida adulta de la progenie, generará una respuesta alterada frente a un
ambiente que incluya nocivos estilos de vida.
Con todo esto, la presencia de un “Fenotipo Quieto”, es decir, aquel caracterizado por la
falta de estímulos desencadenados por el ejercicio o actividad motora durante etapas
tempranas de desarrollo, condicionarán un adulto sedentario, el cual frente al exceso de
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ingesta con alto contenido calórico, expresará un fenotipo adulto metabólicamente
desregulado y con mayor susceptibilidad de padecer DM2.
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